martes, 30 de mayo de 2017

¿Qué te hace un buen oyente?

Como cada fin de semana, el sábado anterior tuvimos reunión familiar, donde varios tíos, todos hermanos de mi mamá, con sus respectivos esposos o esposas, si es el caso, asisten al terreno a echarse la cubita, platicar anécdotas, reir un rato y botanear-comer.

En esta ocasión tuve la dicha de estar presente y formar parte de la reunión, reconozco que casi no hablo ni comento nada, más bien mi rol consiste en escuchar lo que otros hablan y reir de las puntadas del tío Juan, o los comentarios de la tía Ángeles, y eso sí, comer y comer, picotear de un buen queso y hacerme tortas de lo que haya comestible para mi.

Pero este no es el punto que quiero abordar el día de hoy, quiero más bien comentar que ni siquiera una atenta escucha te hace un buen oyente. Pude percatarme que cuando varios de los presentes hablaban a la vez, no todos prestaban atención a lo que otros decían, y pues yo, que me he limitado a escuchar, he puesto atención a una de las tías que quería emitir su comentario......

Pero no bastó mi atenta escucha, el mensaje no iba dirigido para mí, lo tenían que escuchar los otros, porque cuando la tía se percató que nadie la escuchaba excepto yo, se limitó a callar, y volvió a empezar la frase cuando los otros callaron y ya prestaban atención: "me dió un fuerte dolor de cabeza y quise comprar un medicamento para aliviar el dolor......."

¿Qué sentí en ese momento?, o más bien ¿qué pensé en ese momento? bueno, yo no soy importante para la tía, prácticamente nunca hablo con ella, casi nunca voy a las reuniones, así que no basta cualquier oido que esté dispuesto a escuchar, debe ser el oído adecuado el que capte las ideas.

Y esto me llevó a cuestionarme lo siguiente. Un buen receptor no es suficiente para mantener viva una comunicación, debe haber interacción, debe haber retroalimentación, debe haber reciprocidad.

No se qué tan válido sea guardarse para uno las ideas o las cosas, no se qué tan válido sea limitarse a escuchar, no se qué tan válido sea escudarse en los rasgos que estructuran nuestra personalidad.

Cuando uno está acostumbrado a vivir solo y a pasar gran tiempo del día y muchos días sin hablar prácticamente con nadie, se vuelve una costumbre entablar diálogos internos y se atrofia un poco la habilidad de comunicación y socialización, habrá que inventar más pretextos para que se den estas experiencias.


Cantona, 2017